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Con la medicina, la fe, su ánimo y las personas que la quieren a favor.
A LAS 5.30, SE LEVANTA MONI
Por Douglas Javier León
Mónica abrió la puerta que va de su cocina a un pasillo interno y al levantar la vista vio, sobre la medianera, con el cielo de fondo, una gata con ojos turquesa.
Miau, miau, miau! “Yo no tengo comida para darte”, le dijo Moni. Miau, miau, miau, insistió la gata ya con menos ímpetu pero con el mismo hambre. Mónica entró, entibió leche con pan lactal, la gata pegó un saltó y disfrutó el manjar: “Ya no dejó de estar a mi lado”.
Desde aquella mañana de 2009 Moni vio en los ojos turquesa de “Estrellita”, los ojos de su madre, que también eran turquesa.
Con la anuencia de los doctores y del veterinario, se la quedó ofreciéndole todos los cuidados posibles. La quiso castrar pero la gata no tenía el peso suficiente. Y cuando alcanzó el peso, un mes después, ya estaba preñada.
“Estaba muy mimosa, con el pelo brillante, hermosa”. El 25 de marzo, el Día de la Virgen de San Nicolás, tuvo seis gatitos. Mónica dio cuatro gatitos “a hogares buenos” y se quedó con dos: una que tiene un problemita en el ojo y otro al que se le había quebrado la “manito” derecha jugando con los hermanitos. Cuando consultó sobre esa mano, el
veterinario le dijo: “Moni, no tiene la mano quebrada, nació así…”. La noticia causó emoción en Moni y su hijo Germán, porque “El Chiri”, “Chirimino”, esposo de Moni y padre de Germán, que había fallecido hacía unos años, tenía el mismo rasgo distintivo.
“Le pusimos `Chirito', lleva la mano derecha levantadita, pero hace de todo menos trepar paredones”, destaca Moni, haciendo un gesto que enfatiza lo hábil que es su gato. Es que Moni es de las que ve el vaso medio lleno.
“Estas cosas te llenan el alma, eso sencillo, así. No me vengas con plata. La gente se angustia por las vacaciones o por un par de zapatos que no tiene. Hay loco, yo nunca fui así. Soy de ayudar. Soy sencilla y vivo así”, afirma Moni.
Los gatos aparecieron en su vida poco después de que se despertara el cáncer en Mónica. ¿Y ahora qué? ¿Nos quedamos en esa palabra que acaban de leer y shockea? No, hay que andar. Y Mónica va, contagiando buen ánimo por las calles de White.
El caso de Mónica Weingart se expuso en España, por ser uno de los más graves. “Mi oncóloga me dice que yo estoy `hermanada' con la enfermedad porque está acostumbrada a recibir gente llorando, en estado de shock. Otro oncólogo me dice `junco' porque me doblo pero no me quiebro. Me ponen apodos –dice entre risas- porque ven mis ganas de vivir y porque no le aflojo”.
La gente que la conoce percibe más su buen ánimo que la enfermedad.
“Ah, sí sí. Yo no me dejo caer. Yoooo ¿depresión?, noooo: cero. Me ha tocado muchas veces tener que levantarle el ánimo a otras personas”, dice con simpática altanería.
Pero, ¿de qué disfruta en esta vida, en este Ingeniero White?
“Disfruto caminar por el puente peatonal que lleva al Boulevard. Cuando lo empiezo a subir, siempre parece levantarse un árbol de palomas, como si me coronaran. Me atraviesa un sentimiento de libertad, belleza, todo armónico: es un placer. Algo similar nos pasa con Adriana (Miglietto) en la procesión de la Virgen de San Nicolás en Villa Rosas, cuando las palomas bailan juntas sobre nuestras cabezas”.
A menudo Moni sale con barbijo y así se hace más evidente su enfermedad ante la sociedad.
¿Cómo reacciona la gente?
“A los chicos les digo que estoy enfermita, que me tengo que cuidar y que cuando me cure, me lo voy a sacar. Ahí se quedan más tranquilos. La que reaccionó mal fue una cajera que de muy mala manera me preguntó “¡Pa' qué llevás eso!”. Los chicos no reaccionan así. Hace poco más de un año que uso barbijo y cuando lo deje, tendré que acostumbrarme a no llevarlo. No sé andar sin barbijo en la calle”.
Su relación con los doctores es frecuente y casi de amistad, pero qué hay con su fe.
“Soy muy católica. El rosario es sagrado. Tengo la virgen y la llevo adonde hay alguien enfermo. Cuando la gente dice `¡Qué castigo, Dios!', les digo que no, que es una prueba. Algo nos quiere demostrar, algo tenemos que ver.“No es fácil verlo así… No claro, hay extremos, pero hay gente a la que se le viene el mundo abajo y maldicen porque no le anda el televisor –se ríe, mientras señala su televisor de tubo que muestra a las personas fucsia y al resto de las cosas verdes-… ¡Pero, dejalo así! Cuando pueda me compraré otro, jaja. Yo le doy importancia a las palomas, a las flores, a caminar. Y hay gente que es capaz de llorar por un televisor...”
El verdadero capital es el tiempo.
“Claro, y disfrutarlo a más no poder, agradecida. No te importa nada, cuando estuviste al borde de la muerte. Con Germán miramos la farándula y nos reímos porque decimos que ellos se pierden el plato de polenta con la rica salsita que estamos comiendo, jaja”.
Cuando te enteraste de la enfermedad, ¿supiste que la ibas a afrontar con esta buena predisposición?
Si. Me caigo sólo cuando pienso en los más chicos (tiene dos familiares de 20 y 42 años con cáncer, que son padres de familia). Pero fíjate que Nicolás, de 20 años, tiene un bebé de un año pero que a los 10 meses de edad ya se abrazaba a su pierna, camina y le decía “papá”, como esforzándose para que el padre lo vea y así darle ánimo.
¿Tenés planes?
Si, por supuesto. Quisiera conseguir una casona en Bahía con unas tres habitaciones para mi familia –oriunda de Médanos- que se tiene que quedar cerca de los hospitales.
Caminar, caminar y seguir caminando
Hoy, Mónica se levanta a las 5.30 de la mañana. Toma una medicación que le lleva una hora recuperarse. Desayuna. Luego es capaz de “patearse” todo Ingeniero White o se sube a la 504 y se camina todo Bahía. ¿Qué hace? Bancos, pagos y otras gestiones administrativas –y sociales- para su amiga Karina, del corralón Puerto Nuevo. Anota todo. La prolijidad en las gestiones y cuentas la fijó en su quiosco, un quiosco que tras cinco asaltos la llenó de nervios y posiblemente, haya despertado su enfermedad.
Hoy agradece ya no tenerlo.
Puede caminar desde el Banco Provincia en White hasta el Banco Nación del 26 de Septiembre, ida y vuelta. Cuenta las cuadras. “Desde mi casa -- en Sargento Cabral, casi Magallanes-- hasta la Panadería del Puerto donde compro tres pancitos que me gustan mucho, hay siete cuadras y media. Desde ahí, hasta lo de Nicolino Di Felice hay otras tres cuadras y media. A la mañana, camino más de 20 cuadras como si nada”, comenta, sin abandonar su mueca sonriente.
Camina hasta la Capilla del Boulevard y siempre participa de la procesión de la virgen de San Nicolás en Villa Rosas. Y los médicos le siguen agregando cuadras. “Camino a mi ritmo. Me enseñaron a respirar y a mover las manos”. Al mediodía para a almorzar. “La comida es importantísima”, dice. Pesaba 38 kilos hace seis años. Hoy recuperó el peso y puede afrontar tratamientos. A la tarde ordena y se prepara para el otro día. Y come la merienda con maicena. Tras una cena liviana, a las 20.30 ya se acuesta. A las 5.30, se levanta Moni.
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